Reflexión psicoanalítica: Ensayo sobre la obra ‘Pesantezza’
Por Psic. Dolores Jazmín Cortés García
En este trabajo abordaremos la obra plástica “Pesantezza” de Fernanda Cortés en diálogo con la propuesta de Girard, Lacan y Levinas, más precisamente con el trabajo “La Realidad y su Sombra” donde nos incita a mirar en el arte un momento de creación que se contrapone a la transitoriedad inevitable de la existencia, este análisis le da lugar a través de un paralelismo con una obra plástica contemporánea y su discurso.
De acuerdo con Levinas, la obra del artista evoca la interpretación de este último de sus propios mitos. Una postura que nos invita a reflexionar acerca de la relación del ser con la otredad –pues el mito comprende elementos subjetivos y objetivos socializados y socializantes– que facilita comprender la posición de apertura de un sujeto con respecto a otro, esto contrasta con la alienación inscrita en el proceso de producción que vivimos en la modernidad del individuo que vela sólo en torno a la ganancia y pérdida propia no del conjunto. La cuestión del mito y del ser y la otredad, más allá del análisis, aparece comúnmente en las obras de arte.
La pieza “Pesantezza” consta de una ilustración, tres esculturas y un relato, en que las figuras principales encarnan y representan diferentes momentos repetidos incesantemente, por un personaje que puede verse en 3 distintas posiciones en un ciclo de movimientos.
Las piezas escultóricas de porcelana están ordenadas en un círculo o ciclo. Se trata de 3 cuerpos marcados con relieves musculares (líneas con 2 ml máx de separación) que representan el desgaste del cuerpo y las cicatrices a través del tiempo, de un personaje mortificado que se arrastra de rodillas, que se trata de levantar, pero que cae para arrastrarse y volver a intentar ponerse de pie.
Al estar congeladas, las esculturas no evocan movimiento; pero mediante su respectiva posición en un círculo, el espectador puede recrear el movimiento de arrastre marcado con un rastro circular que simula la sangre del cuerpo mortificado. Un trazo que, dependiendo el tramo entre las piezas, cambia de color para marcar así puntos temporales de referencia que introducen un ritmo de sucesión de eventos, en el que pueden o no participar los espectadores que observan la historia del personaje.
La narrativa de “Pesantezza” trata de un ser acechado por pensamientos que parecen pertenecer a un otro; pensamientos que lo sumergen y mantienen en una pelea entre una voz que lo anima y una voz que lo lacera. Una dinámica repetitiva que lo condena a permanecer en este ciclo de desgaste. Una dinámica en que la autora sugiere que el observador es partícipe de la tortura al observar, al ser testigo y extensión de la voz.
Lo anterior está relacionado con la visión del arte de Levinas.
Levinas retoma y critica las ideas de Heidegger, incluyendo la postura del filósofo alemán acerca del ser y su forma de estar siendo frente al mundo que lo rodea y que lo compromete, en un espacio donde hay que actuar a tiempo para poder comprender la necesidad de nombrar las cosas observadas como algo en su totalidad. Levinas incluye al otro, es decir lo anterior sólo es posible mediante el advenimiento del otro, el rostro del otro como elemento de referencia y de identidad, inscrito dentro del conocimiento posible, aprehensión de la realidad, en donde uno mismo es también un otro.
Nos dice Levinas: “El ser no es solamente él mismo, él se escapa [...], se escapa por bajo la identidad de su sustancia, incapaz, cual saco roto, de contenerlos. Y es así como la persona lleva en su rostro, al lado de su ser, con el cual ella coincide, su propia caricatura, su pintoresquismo”1.
Con lo anterior, Levinas nos lanza una crítica a la identidad, pero a su vez fortalece la idea de que es a través de ese acontecimiento de encuentro con la otra existencia es donde podemos situar una ética. Ya que la idea de un ser completo y total sólo puede ser albergada por la imagen varada de un momento, es decir, el instante en que se corta sagitalmente al ser para asegurar su condición, Levinas lo somete a un registro de interpretación que puede llevar a la búsqueda de identificación con la situación segmentada.
Como los pedazos de otro recogido por el uno mismo, acosado por una voz interna.
Dicha excedencia de ser en que el sujeto no puede dejar de ser, porque siempre está siendo puede devenir en una búsqueda de evasión, o en una necesidad de salir de sí mismo o del sí mismo que le autodenomina. Sin embargo, para Levinas existe una posibilidad alternativa que sucede cuando la fundamentación del individuo deja de ser solamente propia, para así, también el ser es ejercido en responsabilidad compartida con el otro (el elemento ético).
En “La Realidad y su Sombra”, Levinas abre varias posibilidades para el campo del arte introduciendo los elementos del doble, la sombra y el ritmo de la obra. Empero, Levinás refiere que las obras de arte –sobre todo aquellas clásicas– tienden a tener un punto de saturación, o bien, el punto final de la obra que indica que dicha obra es un producto formal y acabado. Algo que de alguna manera supone un corte temporal que evoca o representa un suceso en el tiempo que no acaba de pasar, sólo dura.
En palabras de Levinas: “El arte no conoce un tipo particular de realidad, el arte contrasta con el conocimiento. Es el acontecimiento mismo del oscurecimiento, una caída en la noche, una invasión de la sombra”2.
Con lo anterior, Levinas propone que hay una transición entre la creación y la revelación; un entretiempo que nos devela un acontecimiento artístico, o algo del ser que sin ser lo externo, que lo mantiene inmanente en la obra.
Como resultado nos encontramos ante la posibilidad de ser impelidos por el ritmo de la obra, como tratándose de una ley interna al orden ahí expuesto. Según Levinas, “la realidad no sería solamente lo que ella es, aquello que ella revela en la verdad, sino que también sería su doble, su sombra, su imagen”3.
Si observamos “Pesantezza” bajo la mirada de Girard y Levinas, el círculo de sangre y su personaje bien podría inscribirse como un ejemplo de lo que plantea Girard en su concepción del chivo expiatorio donde las primeras imágenes consagran a la víctima y por otro lado se cumple con el aspecto ético del arte según Levinas.
Por un lado, la función del chivo expiatorio en la estética del horror incluye monstruos que deforman al personaje en su aspecto material. Algo similar ocurre en “Pesantezza” cuando el cuerpo del personaje se va deformando, por ejemplo, con el arrastre.
En la teoría de Girard, a medida en que se selecciona a una víctima, los participantes directos e indirectos del acto le infligen los elementos desagradables proyectados, de modo que la consistencia o unidad de un grupo queda pactada por medio de un sacrificio. Lo paradójico del sacrificio es la inevitable y natural deshumanización ligada a los integrantes del grupo que con su acto de sacrificio, pretenden deshumanizar a un otro en nombre del grupo, de la técnica, de la civilización, o lo que fuere.
La repetición del ciclo violento entre el grupo y su chivo expiatorio surge sólo si hay un efecto de corte, o bien, una operación que le es concedida al intérprete como aquél que puede producir en este ciclo una inscripción (como lo son los efectos del sacrificio). El momento violento deja entonces una marca que identifica y sostiene a los sujetos.
En “Pesantezza”, el objeto a repetirse (la laceración) se encuentra en tanto se produzca identificación entre el personaje y los observadores; de ahí la búsqueda de sentido como aquello que da soporte al ser en la repetición de predicados, predicación que soporta al ser siempre y cuando se haga presente el efecto del otro. Así, la repetición de los ciclos formará una serie o entretiempo a través del cual el ser encuentra su ser, bajo el entendido de un posible paralelismo entre el significante de Lacan y el entretiempo de Levinas, a saber: que el sujeto está entre un significante y otro, como podría estarlo entre un entretiempo y otro. Girard recoge la idea del primer significante y lo sitúa en la víctima sacrificial.
Por otro lado, tal como lo advierte Girard, se transita entre la pérdida, la desesperación, el sacrificio, la esperanza, la culpa y de ahí al castigo y a la posterior recompensa, lo que nos encierra en la reproducción del mito: el circuito de la violencia que se ofrece como espectáculo: apuesta en la obra que sucede en “Pesantezza”.
Dicho ciclo permite, a su vez, la producción del placer en el horror, en que la participación del espectador y el artista es crucial, ya que a medida en que se recorre el círculo, el espectador puede desprenderse del objeto y atravesar la posible sensación que de ahí devenga: la pesadez gozante. Como un punto espacial, una marca física que se observa y se vive dependiendo de la distancia.
En la obra escultórica, el rostro del otro es devuelto por la experiencia del otro, habitante de sí mismo. El rostro del otro sería entonces el acontecimiento posible, que tal vez desde la perspectiva de Derrida supondría algo que está por-venir siempre por venir.
Si vinculamos esto con el concepto lacaniano de lo necesario y lo imposible, podría decirse que el rostro del otro entra dentro del orden de lo que no cesa de no inscribirse, pero que no para de ser escrito. Es decir, al pertenecer a la categoría de la posibilidad, la apertura al otro se vuelve imperante y necesaria, de modo que evoca aquello que se convoca en nuestros discursos una y otra vez: la aparición de ese semblante inasequible.
Si pensamos ese otro “no yo” con el que se pueda compartir, en conjunto con la idea de “el otro”, es decir lo desemejante, entra ahí la posibilidad de construir con ese otro algo recíproco. Entonces hay algo en el cotidiano que por supuesto tiene que ver con el hábito, pero también con la posibilidad de no ser ahí un yo (complejo y racional), sino un yo sin mí y con el otro.
Lo anterior implica la siguiente reflexión: que ese otro no tiene que estar en mis condiciones, sino que por su diferencia permite el encuentro con lo que no me es familiar, o eso no-yo que también sobrevive y con el que se puede compartir y con el cual, si se coincide lo suficientemente, posibilita la confianza y la igualdad se puede constituir una promesa de muerte o de término del vínculo en la relación yo-otredad: la fecha de caducidad. Ese vínculo con la muerte es el de la responsabilidad de no abandonar al otro a su propia mortalidad.
Dicho eso cabe preguntar: ¿no es esa la última condición de igualdad? Nuestra propia mortalidad, las asimetrías entre el uno y el otro, por ejemplo, no nos dejan accionar desde un mismo campo, aunque ello no signifique que el otro es siempre ajeno.
Al encarar la violencia del ciclo su sincronía y la inmanencia de lo que ahí sucede como puro entretiempo del tiempo, que es diacrónico y trascendental, y nos deja permanentemente siendo, la violencia se vuelve apremiante y la pesadez se vuelve un elemento del tiempo cíclico que encaja en la obra un objeto quieto, “Pesantezza” se traduce en una situación inquietante, cuyo dilema no es atravesar la historia sino reconocer que en esa historia contada y repetida, la víctima es resucitada.
En relación con ello Girard explica: “La causalidad del chivo expiatorio se impone con tal fuerza que la misma muerte no puede detenerla. Para no renunciar a la víctima en tanto que causa, la resucita, si es preciso la inmortaliza, por lo menos durante un tiempo, inventa todo aquello que llamamos trascendente y sobrenatural”4.
Además en “Pesantezza”, la lentitud con la que el personaje parece transitar entre un estado y otro nos confronta con la construcción del ciclo violento y con el movimiento e impermanencia que nos acecha.
La autora plástica de la obra cuestiona al respecto: “What happened to him? Who is to blame for this? Where is god? But who cares about that because in the end you will join us, like all this time you have been delighting yourself about his misery”.
En conclusión, parecería que por más que busquemos una propuesta clara de cómo salir de ese ciclo violento y sus peligrosos deleites 5, la fórmula no puede definirse porque implicaría congelar lo que no tiene una sola definición. En ese sentido, tal vez la metáfora del rostro del otro representado en nuestro tránsito alrededor de las piezas de Pesantezza como inconmensurable, irrepetible y único nos sirve de pretexto frente a lo que cada alteridad nos presenta con su novedosa condición: una narrativa pertinente donde demos cuenta de nuestra miseria.
1. Levinas, Emmanuel p 186 “La Realidad y su sombra” Revista Temps Modernes Núm 38, 1948. Traducción: Patricia Bonzi, Departamento de Filosofía, Universidad de Chile.
2 Idem, pág. 183
3 Idem, pág. 185
4 Girard, Rene pág 29 ¿Qué es un mito? Capítulo 3
5 “This violent delights” Romeo y Julieta de Shakespeare
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